viernes, 14 de mayo de 2010

Querido tío-abuelo Rafael:

No te conocí, moriste antes de que yo naciera. Pero eso no ha impedido que sepa mucho de ti. Mi abuela, tu hermana, me contó tu historia. Después mi madre, tu sobrina, te recordó muchas veces.
Te convertiste en mi anécdota favorita, yo solía, suelo, bromear sobre mi incorregible rojez aludiéndote: "A mí me va a pasar como a mi tío-abuelo Rafael, que se murió de rojo".
Hoy te comprendo más que nunca, querido tío. Hoy se me presenta clarísima la rabia que debiste sentir aquel día (tanta rabia que te provocó el infarto que te mató) cuando oíste por la radio que los nacionales habían entrado en Madrid.
Mi abuela, tu hermana, me lo contaba siempre. Tú habías luchado por tus derechos, por los de todos lo que eran como tú... como yo. Los que hemos nacido en la parte mala del mundo, los que, simplemente, no nos conformamos con la puta mierda esa de "siempre habrá ricos y pobres". Tú habías contemplado tu sueño hecho realidad, tú habías ido a votar y habías visto el triunfo electoral de la izquierda, tú habías visto luego desmoronarse todo tras el golpe de estado de los que no pueden resistir no mandar. Y fuiste al frente, y luchaste. Y el día en que oíste que, al final, los nacionales habían entrado en Madrid, como en un sueño, tomaste a tu niña pequeña de la mano y saliste a la calle, pero en el umbral, con tu niña pequeña de la mano, caíste fulminado. No lo soportaste. Así, sin más.
Por lo menos te libraste de los cuarenta años. Cuarenta años de rabia contenida, de glorias y monumentos a caídos, SUS caídos. Cuarenta años de calumnias y humillación para los otros caídos....
Y, sobre todo, te has librado de tener que ver esto: que siguen mandando ellos. Que nosotros tenemos la falsa ilusión de que vivimos en democracia, pero calladitos. Sin pedir derechos, sin pedir justicia, sin tocarles sus prevendas. Porque si nos atrevemos a levantar la voz, enseguida nos ponen en nuestro sitio.
Tú ya no estás aquí, por suerte, para ver suspendido al único juez que ha intentado hacer justicia después de treinta y cinco años .
Pero no te preocupes, que tu rabia sigue viva. Aquí la tiene ahora, toda, enmarañada en el estómago, mezclada con la vergüenza, tu sobrina-nieta que nunca te conoció.