viernes, 30 de enero de 2009

Vale, lo acepto


Acepto que no puedo cambiar el mundo... pero no consentiré que el mundo me cambie a mí.

Acepto que no puedo hacer siempre lo que quiero... pero no haré nunca lo que no quiero.

Acepto no ser el centro de todas las miradas... pero nunca miraré a donde todos miran.

Acepto que siempre habrá ricos y pobres... pero nunca dejará de enfurecerme que los haya.

Acepto que esto es lo que hay... pero nunca dejaré de rebelarme contra ello.

Acepto que hay personas malas... pero nunca dejaré de confiar en las personas.

Acepto que el dinero lo puede comprar todo... pero nunca venderé una sonrisa que no me apetezca dar gratis.

Acepto que el amor duele... pero nunca desterraré de mi estómago las mariposas que regresan cada tanto.

Acepto que si yo no hago algo inmoral otro lo hará... pero que lo haga otro.


viernes, 16 de enero de 2009

Parole parole

Una figura con la que toda mujer debe convivir desde que menstrua por primera vez (en el mejor de los casos, que hay mucho pederasta por ahí) es la del comeorejas.

Ya nos lo decía Mina, con esa genial voz y esa cara suya de no creerse nada más...

Es una figura que se llega a convertir en entrañable, como parte del ecosistema que es.
¿Qué sería de una noche de marcha sin la aparición de al menos un comeorejas?
Admitámoslo amigas: por mucho que nos quejemos de ellos, en el fondo los necesitamos. El día que los comeorejas desaparecen de nuestra vida es el principio del fin... al menos como hembra fornicable.

Entre los hombres es también conocido, y muchas veces admirado, porque nunca le falta qué llevarse a la boca. Por burdo que sea su discurso siempre hay alguna tímida y confiada gacelilla que sucumbe a su hipnótica perorata. Es así, por increíble que resulte.

Desde los tiempos más remotos las abuelas y las madres advierten a las mozas casaderas de los peligros de este gorgonoxius, pero es en vano. Al menos una vez en la vida todas caemos en las fauces de algún comeorejas, resistirse es inútil. A veces cobran la presa por astucia y otras por pura pesadez. La fémina acosada y agobiada decide entregarse para no tener que soportar más semejante tortura auditiva, sobre todo si está en un local de asueto y ha realizado una ingesta de alcohol superior a la recomendable.

Hay veces, y no son pocas, en que la frontera entre cazador y presa no está tan clara, pues, mientras el comeorejas cree estar mermando la resistencia de la incauta con sus dotes oratorias, la incauta en cuestión está fingiendo creerse sus filfas porque tiene la intención de calzárselo desde el principio.

Otras veces se escucha al comeorejas, a sabiendas de que lo es, por pura diversión (yo soy proclive a hacerlo), se le sigue incluso la corriente por la curiosidad de ver hasta dónde es capaz de llegar en su desfachatez. Luego se le comenta la jugada a las amigas con regocijo usando expresiones del tipo: "Fijáos si tiene morro el tío que...." Pero ¡cuidado! he de advertir, y lo sé por amarga y dolorosa experiencia, que este juego es muy peligroso: una cree tenerlo controlado y se descubre una mañana en una cama revuelta y con el interfecto durmiendo plácidamente a su lado.

Como en todo, en el comeorejismo también hay niveles. Está el burdo, que ha heredado el oficio de sus ancestros, y si triunfa alguna vez es por pura testarudez o manifiesta oligofrenia de su adversaria.
Está el semi profesional, que se las apaña más o menos bien y va tirando.
Y, cómo no, está el absoluto maestro, que lo es, no porque no se le note, sino porque, notándosele y todo, le dejamos hacer... y acabamos diciéndole eso de "Hazme todo el lío anda, que tienes una labia..."


martes, 13 de enero de 2009

La hora de comida



Hoy, como cada día, he bajado con mis compañeros a comer.

Hoy, como cada día, se sucedían las mismas conversaciones sobre las mismas cosas.

Hoy, como cada día, todos empujábamos nuestras bandejas eligiendo lo que queríamos comer.

Y hoy, como cada día, me ha repugnado por enésima vez lo obsceno de la situación.


Ya he dicho muchas veces que no tengo los pudores convencionales, pero eso no significa que no tenga pudor, sólo que mis pudores son distintos...

Siempre me ha dado mucha vergüenza comer en público. Ahora ya me he acostumbrado, pero cuando era adolescente no podía ni probar bocado delante del chico que me gustaba. E incluso ahora preferiría que me viesen desnuda a que me vean comer. Pero me aguanto, claro, porque no le vas a decir a un compañero: “Si quieres me desnudo pero, por favor, no me obligues a comer delante de ti”.

Al parecer hay una tribu en la Amazonía cuyos miembros hacen el amor en público, pero se esconden para comer. En mi opinión ellos sí que están civilizados. No sé en qué momento se decidió que las actividades gastrointestinales eran menos íntimas que las genitales.

Así que hoy, mientras estaba con mis compañeros en el comedor de empresa, he empezado a imaginar que éramos como esa tribu.

Las ofertas de trabajo no dirían cosas como “horario de 9 a 18 con una hora de comida”, sino “horario de 9 a 18 con una hora de sexo”, y las empresas no tendrían comedor sino dormitorio. Allí se podría ir solo o acompañado. Ya me imagino en la cola, esperando para elegir película, revista o juguetito:

-“Uf, no me gusta nada, me apetecía un lésbico, pero ya no queda”

-“Si es que es un asco, todos los días lo mismo: Nacho Vidal y porno ochentero”

-“¿Y si vamos al italiano?”

-“Quita, quita, ya estoy harto de Rocco y Cicciolina, si alguna vez pusieran algo de Belladonna...”

-“Claro, a Belladona te van dar gratis en la empresa, no te digo...”

Y luego, al volver a la oficina:

-“¿Qué tal hoy?”

-“Pues genial, me lo he montado con el italiano nuevo y no veas qué nivel, te lo recomiendo”

O bien:

-“Pues me lo he montado con la secretaria de Logística, ni se te ocurra, tiene muy buena pinta pero luego ná de ná...”

-“Pues yo, como siempre, me he hecho un apañito rápido, luego en casa ya me desquito con la parienta”

Y, cómo no, nunca faltaría el salidillo de turno:

-“Si vierais qué fabada me apreté el sábado...”

-“Ya estamos, ¿es que no puedes pensar en otra cosa? Desde luego, todos los tíos sois iguales...”


domingo, 11 de enero de 2009

Yo no soy nada


Yo no soy nada y del polvo nací... me enseñaron a cantar las monjas de pequeña.
Tenían razón: nací de un polvo (como todos) y además no soy nada.
Yo no soy nada, lo siento constantemente. Lo confirmo cada día, al encender el televisor y recibir el horror que vomita sin cesar.
Yo no soy nada, no soy nadie, y no puedo detener tanto horror.
Veo bombas, veo niños heridos, niños que lloran. Soy empática, por suerte o por desgracia, y no puedo evitar ver a mi hijo en esos niños. Me pregunto si los que provocan eso tienen hijos, si saben lo que duele un hijo o si saben que a todos nos duelen nuestros hijos.
Cuando un hijo llora el corazón se desgarra. Cuando un hijo sufre es insoportable. Cuando un hijo falta nos falta el aire.
Veo a un niño herido, al que cosen sin anestesia, un niño muy pequeño que llora de dolor. ¿Qué haría yo si tuviera que ver a mi propio hijo padecer así? ¿Qué puedo hacer yo para que ninguna madre tenga que ver eso? Nada. Porque yo no soy nada. Yo no cuento, como no cuentas tú, ni ése, ni aquél. Y los que sí cuentan no deben saber lo que duele un hijo. Y si lo saben deben creer que no a todos nos duele por igual. Y si no lo creen les da lo mismo.
Los que pueden hacer no hacen. Y yo, ¿qué puedo hacer yo?
Hago lo único que puedo: abrazar a mi hijo y sentirme muy agradecida por que no sea él al que cosen sin anestesia.
Y escribir esto, aunque esto no sirva para nada.
Porque yo no soy nada. Ni tú. Ni ése. Ni aquél.

Y mucho menos éste:





Que me expliquen que tiene que ver esto con Hamas

sábado, 3 de enero de 2009

Año nuevo, la misma mierda

Yo lo hice, por mí no quedó. Juro que lo hice.
Me puse las bragas rojas, me comí las doce uvas, metí el anillo de oro en la copa de champán, escribí las cosas negativas en un papel y las quemé con la última campanada....
Yo lo hice, juro que lo hice. Por mí no quedó.
Entonces, ¿dónde está mi vida nueva?

Año nuevo, vida nueva. Pero los judíos siguen bombardeando a los palestinos.
Año nuevo, vida nueva. Pero nadie cura mi corazón.
Año nuevo, vida nueva. Pero todos decían las mismas tonterías en la fiesta de Nochevieja
Año nuevo, vida nueva. Pero seguías sin estar tú.
Año nuevo, vida nueva. Pero en Chad van a lapidar a otra "adúltera".
Año nuevo, vida nueva. Pero el absurdo sigue aquí.
Año nuevo, vida nueva. Pero la gente sigue muriendo de hambre.
Año nuevo, vida nueva. Pero mi teléfono no sonó.
Año nuevo, vida nueva. Pero siempre pagan los mismos.
Año nuevo, vida nueva. Pero aún te echo de menos.

Año nuevo, sí, pero la vida sigue siendo igual de gastada, de manida, de obsoleta, de pesada, de intangible, de molesta, de lesiva, de esperpento, de lamento, de función de circo malo, de fachada de extrarradio, de canción desentonada, de buscona mal encarada, de superflua, de profunda, de insulsa, de sabrosa, de barata, de costosa, de invivible, de inviable, de absurda, de imprescindible, de incomprendida, de incomprensible.

Año nuevo, sí, pero la misma mierda.