miércoles, 29 de abril de 2009

Ex



Si algo bueno tiene lo del matrimonio católico apostólico y romano -hasta -que -la -muerte- os -separe es que no da lugar a que se produzca esa figura incómoda, fea y extremadamente desagradable que es el ex. El ex, aunque sea buena gente, aunque no te haya hecho nada, es un ser que ya por su mera existencia da por culo (por decirlo finamente). Y es que los seres humanos somos así, nos mola pensar que somos únicos e irrepetibles, insustituibles, que el mundo no existía antes de nosotros ni lo hará después. Por eso, cuando pensamos en el individuo que ha recibido antes las caricias que consideramos inventadas para nosotros se nos revuelve la vesícula biliar y los cuernecillos se nos retuercen...
Y es que con esto de los ex agua pasada sí que mueve molino.
Vivimos en la era de los ex, todo el mundo es ex-algo: ex marido, ex mujer, ex ministro, ex modelo, ex jugador de fútbol, ex alcalde, ex concursante de reality.... lo único que nunca se encuentra uno, como bien dice mi tío haciendo uso de su genialidad desbordante, es un ex-gilipollas. Y es que la gilipollez es un cargo vitalicio.
Hace poco he pasado unos días con la familia de mi ex y he reflexionado mucho sobre esta situación. Otro tío mío, no menos genial que el anterior, dice siempre "la madre de mis hijos es mi ex mujer pero sus hermanos siempre serán mis cuñados". Otra gran verdad. Yo quiero a mis cuñados y a mi suegro, y creo (espero) que el sentimiento es mutuo.
Lo más civilizado sería que pudiésemos querer también al ex de nuestra pareja actual, después de todo es una persona con la que tenemos mucho en común (como mínimo el gusto). Ella estuvo ahí y ahora estás tú. Eso es básicamente lo que jode, que ella estuvo antes.
Yo tengo una relación de amor odio con las ex. Una mezcla de celos y simpatía. Sin embargo con las novias de mi ex lo que tengo es una mezcla de simpatía y compasión (si supieras la que te espera...)
Y una de las mejores amistades que se pueden tener es la que se produce entre dos ex de la misma persona. Porque entonces desaparecen los celos y queda sólo la simpatía.
Ya se sabe "los enemigos de mis enemigos son mis amigos"



sábado, 25 de abril de 2009

Gentuza

Muchas personas creen ser buenas personas sólo porque no matan a nadie ni violan niños. Ven en las noticias a personajes como el tío ese de Amsteten o a Nanysex y se sienten reconfortados por no ser como ellos. Craso error (ya se lo dijo Cristo a los fariseos)
Entre ser un monstruo del calibre de los citados y ser una buena persona hay un gran abanico de posibilidades. Igual que entre el blanco y el negro hay muchos matices de gris.
¿Soy yo una buena persona? Es una pregunta que me hago con frecuencia. Y me gustaría pensar que todo el mundo se la hace. Pero, por desgracia, no es así. Y sé que no es así porque ya estoy hasta más arriba de las rodillas de encontrarme con individuos/as que se muestran absolutamente seguros de su superioridad moral y sus excesivas bondades. Son insoportables, no lo puedo decir de otra manera.
A mí me cuesta tanto ser una buena persona.... la mayoría del tiempo no lo consigo. Y sigo preguntándome: ¿qué puedo hacer?
Quiero a mi hijo, sí, pero pensar que eso me hace buena persona es tan absurdo como pensar que soy un héroe si escapo cuando alguien intenta matarme. Querer a los propios hijos no es ser buena persona, es instinto. Lo haces sin darte cuenta y sin que te cueste ningún trabajo. Como respirar.
Me porto más o menos bien con mis amigos, creo. Pero eso tampoco me convierte en una buena persona. Mis amigos son gente que me cae bien, y eso hace que me apetezca ser agradable con ellos. Lo difícil es ser amable con gente que te recontrapatea el colédoco. Y tengo que reconocer que eso yo no lo consigo.
Así que tengo mis dudas, todos los días, sobre si soy una buena persona. Sobre todo cuando escucho a tantos individuos hablar de sus nobles sentimientos. Nadie tiene envidia, nadie odia, nadie es rencoroso... como yo sí que soy envidiosa, odio a quien me hace mal y disfruto planeando mi venganza (aunque luego todo se quede en planes), tengo que concluir que yo soy una mala persona.
Pero tú, ¿cómo es que no te das cuenta de que eres gentuza?, ya que no lo ves te lo digo yo.
Criticas a la gente cuando no está pero te cagas en los pantalones cuando la tienes delante. Eres gentuza.
Cuando hablan mal delante de ti de alguien a quien aprecias te quedas callado, no le defiendes, pero vas en seguida a informarle para que se sienta mal. Eres gentuza.
Piensas que tu dolor es más dolor que el de los demás. Eres gentuza.
Alardeas de tener lo que la persona que te escucha no tiene. Eres gentuza.
Eres tan mediocre que tienes que echar mierda sobre los que te rodean para que parezca que tú vales algo. Eres gentuza.
Lames el culo a los que están por encima de ti y torturas a los que están por debajo. Eres gentuza.
Te llevas mal con tu suegra, con tu yerno, con tus cuñados, con los novios de tus amigas, con las amigas de tus novios, con todo el mundo... porque todo el mundo es malo excepto tú. Eres gentuza.
Dejas comentarios ofensivos de forma anónima. Eres gentuza.
Menosprecias el trabajo de los demás para camuflar tu absoluta incompetencia. Eres gentuza.
Aseguras que los que son pobres no quieren trabajar. Eres gentuza.
Estás absolutamente convencido de que te mereces más que los demás. Eres gentuza.
Y, por si fuera poco, tienes el absoluto convencimiento de ser una excelente persona.
Gentuza, gentuza y mil veces gentuza.
Y sí, pedazo de hipócrita, te lo digo a ti.

viernes, 24 de abril de 2009

Saber perder

Somos educados para ganar. Lo llevamos en los genes, diría yo. A pesar de la famosa frase que nos dicen desde pequeños, "lo importante es participar", la consigna tácita y constante es "gana, como sea, pero gana".
Esta vida no está hecha para segundones, para finalistas, para nominados, para interinos... hay que ganar. Y si uno llega a uno de estos estadios (segundón, finalista, nominado, interino) debe considerarlo transitorio: "A la próxima..." (me saco plaza, gano el primer premio, me dan el Oscar, soy el mejor)
Esta vida no está hecha para perdedores. De modo que, si lo eres, más te vale que nadie se dé cuenta. No es tan importante ser un ganador como parecerlo.
Nos repiten siempre lo mismo: "Gana, sé el mejor, haz que te elijan a ti, que te envidien, que te admiren". En los cuentos sólo hay héroes y villanos (o sea, el jefe de los buenos y el jefe de los malos). La niña más guapa encuentra marido rico. El niño más listo se casa con la guapa. Hasta las guerras, en clase de Historia, nos las contaron así. Unos ganaban y otros perdían, como si en las guerras no perdiese todo el mundo (excepto los que las provocan para ganar dinero, y ésos ya han perdido por ser como son).
La pedagogía moderna fomenta la competitividad, se escriben montañas de libros de auto ayuda que muestran el camino hacia el éxito (ya sea en los negocios, en la sociedad o en el amor). El caso es ganar.
Sin embargo yo creo que es mucho más importante saber perder. Si hay un camino seguro hacia el desastre, sin duda pasa por no saber perder.
Todos perdemos en algún momento de nuestras vidas. Saber reconocer que hemos perdido y aceptarlo sin resistirse es la mayor de las sabidurías.
Veamos un ejemplo práctico (ya se sabe que me encantan los ejemplos prácticos):

Obdulio Sánchez (los nombres de los protagonistas han sido cambiados para preservar su intimidad) estaba un día tomándose una caña tranquilamente. Pagó con un billete de cinco euros y le devolvieron tres euros y cincuenta céntimos. Vio la máquina tragaperras y decidió echar las monedas del cambio. No ganó nada. Se picó un poco y cambió un billete de diez euros que llevaba en el bolsillo. Echó todas las monedas en la tragaperras. No ganó nada. Cambió un billete de veinte euros y echó todas las monedas en la tragaperras. No ganó nada. Entonces Obdulio Sánchez se dijo a sí mismo: "Soy un toneti, me he picado de la manera más tonta y he perdido treinta y tres euros en la tragaperras. Pero bueno, qué se le va a hacer... no le voy a dar más vueltas" y se marchó a su casa. Obdulio Sánchez había perdido treinta y tres euros.
Gerbasio Martín Martín (de los Martín Martín de toda la vida) estaba un día tomándose una caña tranquilamente. Pagó con un billete de cinco euros y le devolvieron tres euros y cincuenta céntimos. Vio la máquina tragaperras y decidió echar las monedas del cambio. No ganó nada. Se picó un poco y cambió un billete de diez euros que llevaba en el bolsillo. Echó todas las monedas en la tragaperras. No ganó nada. Cambió un billete de veinte euros y echó todas las monedas en la tragaperras. No ganó nada. Entonces Gerbasio Martín Martín se dijo a sí mismo: "Soy un toneti, me he picado de la manera más tonta y he perdido treinta y tres euros en la tragaperras. Pero bueno, no está todo perdido, si insisto antes o después saldrá el premio y ganaré" y siguió echando dinero a la máquina hasta que le salió el premio. Había ganado cincuenta euros.... después de haber echado doscientos.

Lo dicho: El que no sabe perder a tiempo pierde el doble.

martes, 21 de abril de 2009

Casi

Si tuviera que definir mi vida con una palabra, sin duda utilizaría el adverbio "casi".
Para mí todo siempre "casi" pasa. Es decir, parece que va a ser, está a punto de ser, y al final no es. Siempre me quedo con la miel en los labios. Siempre llego a la final, pero no gano. Estoy un poco por encima de la media, pero no llego a ser excepcional. Tengo casi suerte.
Soy casi feliz. Casi me quieren, tengo una casi relación, un trabajo casi estable, no soy baja, soy más alta que la media, pero no lo suficientemente alta para modelo, aunque por poco, casi llego a la estatura.
Casi conseguí tener una vida normal. Casi paso las pruebas. Casi llego. Casi estoy.
Lo que sí puedo decir es que no estoy casi harta. Estoy completamente harta. No puedo más.

jueves, 16 de abril de 2009

Me cago en el amor

Los que me leéis con fidelidad ya conocéis esta entrada, pero hoy me pide mucho el cuerpo republicarla.
Como soy de natural honrada, tengo que empezar diciendo que el título se lo he tomado prestado al genial Tonino Carotone, quien no entienda italiano que atienda sólo al estribillo.
Hacía tiempo que no me acordaba de esta canción, pero el otro día el bollicao me preguntó con un punto de reproche "¿Por qué no crees en el amor?" y me la recordó. Para el bollicao es fácil creer en el amor, de hecho él vive inmerso en una interminable comedia romántica. El bollicao, como su propio nombre indica, es joven y dan ganas de hincarle el diente cuando lo ves. El bollicao es caprichoso, veleidoso, puede enamorarse cinco veces en un día y sufre como un jabato hasta que la chica empieza a hacerle caso, entonces descubre algo en ella que le desencanta y a otra cosa mariposa. Igualito que yo a su edad. Igualito que yo a mi edad, para ser sinceros. Porque yo sigo en las mismas, lo que pasa es que llevo en las mismas nueve años más que el bollicao y ya estoy un poco hasta los mismísimos. Los que tenemos este carácter creemos en el amor a los 15, a los 20 y a los 25, pero a los treinta la cosa empieza a decaer. Y no porque dejemos de tener fe en los demás, sino porque dejamos de tener fe en nosotros mismos. El bollicao cree que existe el amor perfecto, me dijo literalmente: "Yo sé que ese amor existe, otra cosa es que lo lleguemos a conseguir o no, pero existe". Tiene razón, pero se equivoca en un pequeño detalle: no todos somos capaces de sentir ese amor. El bollicao sigue esperanzado porque piensa que tener o no ese tipo de amor depende de encontrar a la persona adecuada, yo he perdido la esperanza porque sé que tener o no ese tipo de amor depende de ser la persona adecuada. Y yo, desde luego, no lo soy. Para mí el amor es como cantar ópera. No es que crea que la ópera no existe, no es que crea que nadie canta ópera, es sólo que sé que yo no estoy capacitada para cantar ópera, ni lo estaré nunca.
Me cago en el amor una y mil veces porque a mí el amor no me ha dado más que disgustos. Cada amor que yo he vivido se ha llevado una parte de mí y eso me ha convertido en un ser mutilado.
Me cago en el amor porque nunca lo tendré y porque me muero de envidia cuando veo a quien lo tiene. Me cago en el amor cuando lo busco. Me cago en el amor cuando lo pierdo y sobre todo me cago en el amor cuando lo encuentro, porque me asfixia.