La muerte de Michael Jackson me ha devuelto un pensamiento recurrente: todos mueren. Vemos morir a personas anónimas que no son más que cifras (atentados, terremotos, pandemias, estadísticas de tráfico, violencia de género...). Vemos morir a personas cercanas cuya muerte es "lógica" (bueno, el abuelo ya era mayor, con ochenta años...). A veces vemos morir a personas que no deberían morir, personas jóvenes, en la flor de la vida, cuya muerte es un mazazo inesperado.
Pero ninguna de esas muertes nos hace cuestionarnos nuestro propio final. Las personas anónimas no son personas. Las muertes lógicas son eso, lógicas, no nos podemos identificar con ellas. Las horribles muertes inesperadas y trágicas son golpes de mala suerte que sólo le pasan a los demás...
Sin embargo muere Michael Jackson y todo se tambalea. Michael no era real, no era una persona como nosotros, era un semidiós. Era un personaje de ficción. Siempre ha estado ahí. Y también ha muerto. Si ni siquiera un semidiós escapa de la Parca resalta con letras de neón la inexorabilidad de la muerte: todos tenemos que morir.
Desde pequeña he pensado y convivido con la muerte. Por las noches, en mi cama, me abstraía pensando cómo sería morir, qué había antes de nacer, por qué existimos... Muchas veces imagino cómo será estar muerto, dentro del ataúd, dentro del nicho, o cómo se quema mi cuerpo en el crematorio, cómo me descompongo, a dónde va mi conciencia... Muchas veces sueño que estoy a punto de morir, el terror de enfrentarme a lo desconocido se enmaraña en mi estómago y entonces me doy cuenta de que estoy soñando, hago un esfuerzo y despierto. Y me quedo aliviada por haberme librado por esta vez, pero con la certeza de que ese momento llegará...
Antes creía que todo el mundo pensaba estas cosas, pero con el paso de los años he ido comprobando que no es así. Buda dijo que este mundo sería mucho mejor si todas las personas fueran realmente conscientes de que algún día morirán. Estoy totalmente de acuerdo.
Yo, con la madurez, he aprendido a controlar esos pensamientos angustiosos pero a veces me sigo abandonando a ellos (no en vano soy maniaco depresiva) y puedo confirmar que ayudan a relativizar.
Mi augusta siempre me cuenta una anécdota referente a Antonio el bailarín. Parece ser que este señor era un poco así como tirando a hijo de puta y se dedicó durante muchos meses a hacerle la vida imposible a dos bailarines de su compañía porque estaba enamorado de uno de ellos y no lo podía conseguir. Cuentan que uno de ellos, cuando se marchaba para siempre de la compañía, sólo le pidió al representante que le transmitiese un mensaje al jefe: "Dile a Antonio que él también se va a morir".
Y así fue. Por eso, cada vez que veo a personas sucias, que torturan a sus semejantes, lo único que puedo pensar es eso:
"Tú también te vas a morir, te meterán en el nicho y sellarán con la silicona, y te descompondrás. Igual que yo. La diferencia está en que tú, en la maleta, sólo llevarás mierda"