domingo, 29 de diciembre de 2013

Sin sentido

Yo, que ando contando historias desde que puedo recordar, escribí hace muchos años un cuento. Uno de tantos que he escrito y no he compartido con nadie. No sé dónde lo tengo, supongo que lo tiré. En aquella época se escribía a mano, en un papel, entre los apuntes de clase o donde fuera. Y luego las cosas se perdían.
Aquel cuento trataba de una jovencísima periodista que iba a hacerle una entrevista a un señor mayor al que se le había muerto el corazón. El hombre describía cómo, después de haberse roto y recompuesto muchas veces, el corazón había acabado por morirse y él ya no era capaz de sentir nada. Nada en absoluto. El corazón hacía su trabajo, latía y repartía la sangre nutriendo todos los órganos de su cuerpo, por esa razón él seguía vivo. Pero ya ni sentía ni padecía. La joven periodista (con la cual entonces yo me identificaba) no lograba entender cómo eso podía haber pasado, incluso una de las veces le decía a su entrevistado que eso se sentía muchas veces pero que el corazón siempre volvía a reponerse, a lo que el viejo le respondía que no, que había un momento en el que ya no había forma de volver a arrancar y que cuando a ella le sucediese, lo entendería.
La joven periodista ya lo ha entendido. En aquel cuento yo proyecté mi presente y mi futuro sin saberlo. En aquel momento era ella. Ahora ya soy él.
Y es que con los sentimientos ocurre como con la pornografía y los ansiolíticos: cada vez hace falta una dosis mayor para conseguir el mismo efecto, hasta que llega el día en que ya no hay efecto ninguno.
De pequeña memoricé aquel famoso poema de Machado "en el corazón tenía la espina de una pasión, logré arrancármela un día, ya no siento el corazón". Yo lo repetía como un loro, pero no lo entendía, ¿qué iba a entender mi joven y puro corazón de espinas y pasiones?.
Un día, de repente, lo entendí, como se entiende un chiste que no se ha cogido en el primero momento, el binomio de Newton o los porqués de una persona. Las cosas las entendemos no porque nos las expliquen, sino porque un buen día, súbitamente, se hace la luz.
Ahora que entiendo tantas cosas, ya no soy capaz de sentirlas. Supongo que por eso las entiendo. Porque la pasión ya no me nubla el entendimiento.
No soy capaz de sentirme ni bien ni mal por casi nada. Y si algo me parece bien o mal, me lo parece desde un raciocinio frío.
Hago las cosas como una autómata y las observo desde fuera.
Por eso sé que ahora voy a empezar a escribir realmente bien. 
Porque ahora ya soy, como Humbert Humbert, sólo un registrador muy consciente.