Estoy escribiendo mi carta de suicidio. No es la primera vez.
Hay quien lo encuentra macabro. A mí me relaja.
Me gusta escribir mi carta de suicidio de vez en cuando. Me ayuda a recapitular. Una vez que la termino, como hasta el momento no he tenido el valor de usarla, la guardo.
Es interesante leer tu carta de suicidio unos años después. Los motivos, mis motivos, son siempre los mismos. No es el dolor, no es la desesperación. Es la abulia.
Hoy estoy triste. Pero, aun así, es una tristeza abúlica. A lo mejor es porque me he encomendado a la felicidad química y mi cerebro está tranquilo y un poco amodorrado. La tristeza es, pues, un ruido sordo y seco. Una tristeza con sordina.
Desde que soy madre todas mis cartas de suicidio comienzan igual: "Perdóname, hijo mío". Comprendo que es injusto traer un hijo al mundo para dejarlo solo cuando más te necesita.
"Perdóname, hijo mío. Pero hasta aquí he llegado".
Ese es siempre mi motivo: hasta aquí he llegado, no me interesa seguir.
No puedo evitar pensar que quizá algún día llegue a utilizar alguna de mis cartas de suicidio.
Lo que en realidad me gustaría sería un suicidio con billete de vuelta. Siempre he fantaseado sobre la posibilidad de que suicidarse no fuera irreversible. Como en las películas antiguas, donde el protagonista muere pero en realidad no ha sido así, y aparece en el momento menos oportuno.
Quizá lo que buscamos los suicidas es ver por un agujerito lo que harían los demás ante nuestra muerte.
O quizá nos aburre la fiesta y nos queremos ir a casa a dormir la mona.
No lo sé. Pero me gusta tener mi carta.
Nunca se sabe cuando va a llegar uno al punto de "hasta aquí hemos llegado"
Hay quien lo encuentra macabro. A mí me relaja.
Me gusta escribir mi carta de suicidio de vez en cuando. Me ayuda a recapitular. Una vez que la termino, como hasta el momento no he tenido el valor de usarla, la guardo.
Es interesante leer tu carta de suicidio unos años después. Los motivos, mis motivos, son siempre los mismos. No es el dolor, no es la desesperación. Es la abulia.
Hoy estoy triste. Pero, aun así, es una tristeza abúlica. A lo mejor es porque me he encomendado a la felicidad química y mi cerebro está tranquilo y un poco amodorrado. La tristeza es, pues, un ruido sordo y seco. Una tristeza con sordina.
Desde que soy madre todas mis cartas de suicidio comienzan igual: "Perdóname, hijo mío". Comprendo que es injusto traer un hijo al mundo para dejarlo solo cuando más te necesita.
"Perdóname, hijo mío. Pero hasta aquí he llegado".
Ese es siempre mi motivo: hasta aquí he llegado, no me interesa seguir.
No puedo evitar pensar que quizá algún día llegue a utilizar alguna de mis cartas de suicidio.
Lo que en realidad me gustaría sería un suicidio con billete de vuelta. Siempre he fantaseado sobre la posibilidad de que suicidarse no fuera irreversible. Como en las películas antiguas, donde el protagonista muere pero en realidad no ha sido así, y aparece en el momento menos oportuno.
Quizá lo que buscamos los suicidas es ver por un agujerito lo que harían los demás ante nuestra muerte.
O quizá nos aburre la fiesta y nos queremos ir a casa a dormir la mona.
No lo sé. Pero me gusta tener mi carta.
Nunca se sabe cuando va a llegar uno al punto de "hasta aquí hemos llegado"