lunes, 20 de agosto de 2012

Ponte traje

No, no voy a hablar de Barney Stinson, aunque sea un personaje gracioso y haya hecho suya la frase que da título a esta entrada. Como ya habréis notado, Barney es una caricatura de un personaje que, por desgracia, abunda en nuestra sociedad. Y lo malo no es ya que abunde, sino que es envidiado y usado como modelo de éxito en la vida.
Id a cualquier empresa y os encontraréis como mínimo un par de Barneys. Bueno, para ser exactos os encontraréis al menos un par de "quiero ser Barney". Porque esos pobres idiotas ni son guapos, ni se tiran cada día a un pibón distinto ni viven en un lujoso apartamento neoyorquino.
Pero tienen algo en común con él: su absoluta obsesión por llevar traje.
Llevaba yo mucho tiempo cavilando sobre esta cuestión: el traje. ¿Por qué el traje? ¿Por qué en tantas empresas te obligan a llevar traje? ¿Por qué en ese requisito tan ambiguo que se conoce como "buena presencia" entra indefectiblemente el traje? Hubo en tiempo en que yo entendía que cuando decían "buena presencia" se referían a que estuvieras buenorro. Es lógico que lo entendiera así, puesto que en mis años mozos me ganaba las judías como modelo y camarera de pub y discoteca, y para ambos trabajos requieren a chicas que estén buenorras. Es harto injusto, lo sé, pero así es la vida. En ambos casos se trata de vender imagen más que de otra cosa, y, si hay que vender, vende más un buenorro. Eso es así, podéis indignaros, rebatirme y llamarme vanidosa en todas sus variantes, pero no por eso tendré menos razón. Y la prueba de que tengo razón es que en aquella época para las entrevistas de trabajo lo único que yo hacía era ponerme muy guapa: llegaba al garito en cuestión, el encargado me veía y me contrataba, sin saber si yo sabía poner una copa o si distinguía la ginebra de la cerveza.
Más tarde supe que el término "buena presencia" no quería decir que tuviera uno que ser necesariamente prieto de carnes y bello de faz (aunque nunca está de más), sino ir apropiadamente vestido. Y aquí es donde viene la duda, porque uno pensaría que con ir con ropa que no resulte obscena y esté limpia es suficiente, pero no. Tiene que ser un traje, y en el caso de las mujeres es mucho peor porque los hombres aún se apañan con un par de trajes y tres camisas pero las mujeres debemos tener un sinfín de modelitos siempre a la última y con sus respectivos zapatos, bolsos y complementos...
La gracia de todo esto es que luego se ven espectáculos como señores que van con traje y corbata y con una halitosis que tira de espaldas o señoritas con un bolso de Luis Putón pero con grasa en el pelo como para freír tres kilos de patatas. O señoras con traje, sí, pero con un escote que tiene a sus compañeros todo el día emulando al homo erectus.
Entonces, ¿por qué? ¿Por qué no vale un chico con un chándal limpio la melena reluciente y el aliento de rosas? ¿Por qué tiene que llevar traje?
La revelación me llegó no hace mucho, durante una conversación con el que me paga el sueldo (porque ya sabéis que yo, ni dios ni amo). En un momento de la charla yo le dije algo así como "yo soy una obrera" y él se echó a reír y me dijo "tú qué vas a ser una obrera", yo me sorprendí. "¿Por qué dices eso?" le espeté, a lo que él me contestó "pues ni que fueras tú con mono"
Ahí se me hizo la luz. Ésa es la razón, y no otra, de que nos obliguen a ir con traje. Nos obligan a vestirnos como ellos para que creamos que somos como ellos, que estamos en su lado del mundo.
Ponle a alguien un traje, que se compre un cochecito en lugar de ir en metro a trabajar y que esté sentado a una mesa y, automáticamente, se le olvidará que es un obrero, se sentirá superior a "los del mono", se sentirá de los elegidos. 
"No te confundas" le dije aquel día "No sólo son obreros los que llevan mono".  Yo no me dejé, no me dejo, engañar. Yo soy una obrera, sé lo que soy, de dónde vengo y en qué lugar estoy. Pero empiezo a temer que yo soy una excepción.
Ya no tenemos conciencia de clase, ése es nuestro problema. Nos la han quitado mediante un truco tan sencillo como ponernos una corbata e impedir que nos ensuciemos las manos. Pero somos esclavos, sus esclavos. No tenemos lo que ellos tienen, nuestros hijos no heredarán lo que los suyos.

La lucha de clases ha muerto estrangulada con un nudo windsor.

Amputar

A veces no queda otro remedio que amputar. Si el miembro está gangrenado hay que amputar. De lo contrario el individuo morirá. 
Eso no quiere decir que sea una decisión fácil de tomar, ni que no duela perder el miembro amputado, ni que no se siga pensando en él y añorándolo, incluso sintiéndolo, durante mucho tiempo, a veces toda la vida. 
Sólo significa que si no se amputa uno morirá, y uno no quiere morir, no todavía, o no puede morir, porque tiene un hijo, por ejemplo, que criar. 
Y entonces tiene que amputar.
La decisión de amputar la toma siempre alguien ajeno, que no está involucrado, que no se deja llevar por las emociones tipo "pero es mi pierna, prefiero morir a vivir sin mi pierna". El individuo que debe sufrir la amputación se resiste, se niega, deben convencerlo, a veces, incluso, sujetarlo físicamente para poder llevar la operación a cabo. Él sabe que no tiene alternativa y aun así se resiste, mendiga, llora, implora por su pierna o por su brazo, no lo quiere perder. El cirujano debe ser inflexible, impasible. Debe amputar.
La reacción del paciente es impredecible: hay quien se deja morir antes que dejarse amputar, hay quien odia toda la vida a quien lo convenció, hay quien (los más) acaba agradeciendo que lo convencieran, hay quien se resigna a su suerte desde un primer momento...
Y hay un grupo muy reducido, una rara avis: los capaces de amputarse su propio miembro.
Yo soy de ese grupo. Cuando la pierna se infecta y no hay solución yo misma cojo el hacha y no me tiembla la mano. Y si no tengo hacha soy capaz, como los coyotes, de desgarrar la carne con mis propios dientes para escapar de la muerte segura.
Y eso no significa que no me muera de dolor, que no eche de menos mi miembro amputado cada segundo de cada minuto de cada hora de cada maldito día.
Eso no significa que por las noches, al quitarme la prótesis, no siga sintiendo que aún lo tengo, que en sueños me vea aún entera, completa, y me despierte llorando.
Significa sólo, como le dije a alguien no hace mucho, que, por mucho que pueda querer a alguien, jamás querré a nadie más que a mí misma.