domingo, 20 de diciembre de 2009

Golfita

La primera vez que te vi estabas dentro de una caja. Yo levanté la tapa y me asaltaron tus grandes y preciosos ojos tristes, esos mismos ojos que últimamente estaban velados por las cataratas. Me cautivaste enseguida. Siempre supe que eras especial.
Los primeros días en casa te dejamos dentro de la caja, de la que sólo salías para soltar un charquito de pis. Al poco te aventuraste a recorrer la casa, pegadita a la pared, pero cuando llegabas al final no sabías cómo regresar, llorabas y había que ir a buscarte. Eras preciosa, con tus grandes orejas que había que limpiarte después de comer porque las metías en el plato. Te fuiste haciendo mayor y las orejitas se te quedaron algo más cortas y se te fue afilando el hocico, pero nunca perdiste esa mirada tierna e inocente.
Eras muy buena, cariñosa y especial. No concebías la maldad, para ti todo el mundo era un amigo, incluso los que te miraban con asco. Nunca mordiste, ni rompiste nada, lo único que se te podía reprochar era el ser un poco ladrona, pero siempre con mucho arte, eso sí. Ahora, a pesar de mi tristeza, me río recordando algunas de tus más famosas fechorías, cuando te comiste la masa de las croquetas y estuviste durante meses escondiéndote cada vez que oías la palabra, cuando mamá dejó una pizza preparada para meterla en el horno y tú te comiste toda la cobertura dejando la triste y cruda masa, cuando le sustrajiste los dos filetes del plato a papá dejando sólo la guarnición y él se enfadó con mamá por la cena tan raquítica que le había preparado... Pero lo mejor, tu momento estrella, cuando te comiste el chorizo que aquella invitada francesa que tuvimos había comprado para llevarle a su familia.
Siempre he pensado que tú eras conocedora del misterio de la vida, que tú poseías la inteligencia suprema, que no era otra cosa que tu bondad revolucionaria, tu amor incondicional. Siempre he sabido que la felicidad eran tus abrazos, poner la cabeza en tu pecho y sentir tu cuerpecillo caliente y tu respiración tranquila.
El otro día tuve que tomar la decisión de dormirte para siempre. No me parecía justo tener ese poder, ¿quién era yo, al fin y al cabo, para decidir sobre tu vida? Pero estabas destrozada, sólo te quedaba sufrimiento, y te lo quise evitar. Antes te besé y te di las gracias, porque lo único que puedo sentir por ti es gratitud. Por habérmelo dado todo sin pedir nada, por darte cuenta siempre de cuando yo estaba mal y venir a consolarme, por regalarme trece años de lealtad y cariño.
Yo te recordaré siempre encaramada en el sillón que estaba en la terraza, con las patitas apoyadas en la barandilla y mirando al horizonte, y yo, que hubiera dado cualquier cosa por saber en qué pensabas en ese momento.
Nunca te olvidaré.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Cosas deprimentes

Los parkings.
Los piercing en los labios de los adolescentes.
Los concursos de televisión.
Los programas tipo España directo, Madrid directo, Socuéllamos directo, españoles por el mundo, madrileños por el mundo, vallecanos en las rozas, tu puta madre dando vueltas en la noria, Callejeros, Montañeros, Subasteros.
El reaggeton.
Vivir con tus padres, vivir en pareja, vivir con amigos, vivir solo, vivir.
Las navidades.
Las monjas.
Las cartas del banco en el buzón.
Tener más correos en la carpeta Spam que en la Bandeja de entrada.
Los anuncios de Ferrero Rocher, Mon Chery y Kinder en todas sus variedades.
Los centros comerciales.
La gente positiva.
Los chalets adosados.
Las urbanizaciones.
Mercadona.
Llevar al niño al parque.
El canal 7.
Las revistas "femeninas".
La canción esa del año la tana que repiten cada Navidad, esa que dice eso de "I wanna wish you a merry christmas, feliz navidad, feliz navidad, próspero año y felicidad".
Mi madre, joder, mi madre deprime mucho.
Los pitufos.
La arquitectura social.
Yo.

jueves, 10 de diciembre de 2009

El encanto de lo cutre

Sumergirse en la cutrez es uno de esos placeres que uno no se imagina hasta que lo prueba. Eso sí, hay que hacerlo bien, saltar sin miedo ni vergüenza. Hasta las últimas consecuencias. Es como ser comentarista del corazón: uno no puede ir con remilgos.

Yo soy una gran entusiasta de lo cutre, lo cual no quiere decir que no me guste a veces parecer una princesa. Pero, quede claro, una princesa cutre. Hay personas que siempre tienen un aspecto impoluto (o exhausto como dijo ese gran intelectual llamado Fonsi Nieto). Mi hermano mayor, por ejemplo, siempre está listo para aparecer en la portada de InStile. Son personas cuya ropa de andar por casa es lo que yo me pondría para ir a una boda.


Pero así hay que nacer, no se puede fingir. De hecho, no se debe fingir. Porque eso sí que es cutre, y no de lo cutre que mola. Aunque yo no desearía ser así. Esas personas se pierden uno de lo mayores placeres de la vida, como ya he dicho, sumergirse en la cutrez.

La cutrez es bajar a la calle despeinada y en pijama, con un abrigo por encima a comprar el pan. La cutrez es dormir con una camiseta vieja, rota y manchada de tinte y unos calcetines gordos desparejados. La cutrez es poner la mesa con cinco platos distintos, cinco vasos distintos y usar el rollo de papel higiénico como servilleta. La cutrez es ir a comprar al Lidel (oh, placer de dioses, se me cae la baba de pensarlo) y revolver las ofertas sin ningún pudor junto con un obrero de la construcción rumano, una ecuatoriana que lleva a los niños revoloteando, un par de subsaharianos y un matrimonio de jubilados. Qué bien se siente uno fundiéndose en ese ambiente, con un chándal raído y sin peinar, sin tener que preocuparse de lo que van a pensar los demás porque los demás están en la misma. La cutrez es estar tirado en casa, con una bata boatiné viendo el diario de Patricia y comiendo algo muy poco sano y que engorde mucho. La cutrez es comprarse el perfume en los chinos y regocijarse al pensar que hueles igual que el que se ha gastado cincuenta euros más en él.

Para ser un buen cutre es importante tener una prenda fetiche. Es esa prenda que al ponértela te sientes en el paraíso. Durante años yo tuve "el trapo verde". Era una camiseta playera sin mangas, larga hasta las rodillas y muy holgada. Creo recordar que era de algodón, aunque con lo raída que estaba cualquiera sabe. En tiempos tuvo un dibujo de un ancla o algo así, pero estaba descolorida y con manchas de tinte de pelo, lejía y otras sustancias sin determinar. Nunca he sabido de dónde salió pero en el momento que la vi la amé incondicionalmente. En cuanto empezaba a hacer calor, yo me la ponía y ya no me la quitaba, a pesar de las súplicas y amenazas de mi madre, hasta el invierno. Incluso me la llevé un verano a Moscú y llegué a ir a desayunar al comedor común con el trapo verde por toda vestimenta. Fue un hecho muy mentado en mi facultad...
Mi madre me la tiró a la basura traicioneramente aprovechando que yo estaba de viaje. Aún no me he repuesto del golpe.
Sin embargo hay ciertas cosas que deben quedar claras en esto de la cutrez. Las enumero:
1. Cutre no significa sucio. Se baja al Lidel despeinada, sí, pero con el pelo limpio. La hija de la lunaaaa (que sería a la cutrez lo que el maestro Yoda a la Fuerza) jamás, y digo bien JAMÁS, saldría de su casa sin duchar, a no ser que la sorprendiera un incendio en plena noche, y aun en ese caso tengo mis dudas. No vaya a acabar uno como nuestra nunca suficientemente ponderada Meretriz (ay mermadita mía, qué haría yo sin ti): llevando un bolso de dos mil euros y con tal cantidad de mierda en el pelo que se podía hasta adivinar de qué lado había dormido.
2. No confundir cutrez con miseria moral. Irse de cañas en zapatillas de andar por casa y quedarte hablando con el más borracho del bar es cutrez. Esperar en la puerta de la sala de reuniones para coger las sobras manoseadas del catering y llevárselas de cena a tu hijo es miseria moral. Sí queridos lectores, lo habéis adivinado, esto también es una práctica habitual de Alcahueta y Meretriz, estas chicas, que lo tienen todo...
3. Lo cutre no quita lo espléndido. Recordad esta máxima: el que siempre te clava el café en la oficina es el que lleva el coche y los trajes más caros. Este tío es, sencillamente, de vergüenza ajena.
Y ahora os dejo, que me cierran el mercao.