jueves, 28 de agosto de 2008

Minutos de silencio


Cómo molo, me encanto, soy genial. Si hubiera más personas como yo el mundo sería maravilloso, soy tan sensible...
Cuando veo en la tele a los negritos que se mueren de hambre siempre le digo a quien esté conmigo la penita que me dan. Y si estoy a solas no digo nada, total... para qué si nadie me va a oír.
Soy tan buena persona... Llevo un lacito rojo (por el sida), un lacito negro (por el terrorismo), un lacito rosa (por el cáncer de mama) y me compro todas las pulseras solidarias.
Fui a la manifestación por el tío ese que secuestró ETA, ¿que cómo se llama? Ay hijo, no me acuerdo, hace tanto tiempo... Y el otro día, cuando el accidente de Barajas, lloré muchísimo en la oficina (estaba en la oficina cuando me enteré) y me solidaricé con las víctimas en varios foros de Internet. Es que tengo tan buen corazón... de verdad, cómo molo.
Siento un cariño inmediato por las personas que conozco, salgo una noche de copas y conozco a alguien y es como si nos conociéramos de toda la vida, la conexión (o diré feeling, que es más cool) es inmediata, y le beso y le abrazo y le hago masajes en los pies y dormimos abrazados y le digo muchas veces que le quiero, no vaya a ser que me muera sin habérselo dicho. Mi pareja no se molesta por estos ataques de amor porque también mola mucho. Molamos tanto que sólo con vernos tenemos siete orgasmos seguidos.
Si lo pienso bien me doy cuenta de que no tengo amigos de la infancia, si se me acerca un pobre por la calle me aparto (no me vaya a manchar mi preciosa camiseta del Che), le hago la vida imposible a mis subordinados en el trabajo a la par que le chupo el culo a mi jefe, levanto falsos testimonios y carezco completamente de principios y dignidad.
Pero molo mucho, siempre que le pasan grandes tragedias a personas que no me importan guardo los correspondientes minutos de silencio.

sábado, 23 de agosto de 2008

Volver

Volver siempre es complicado y no se pueden predecir sus consecuencias.
Dicen que no se debe volver al lugar donde una vez se fue feliz, y la verdad es que la posibilidad de la decepción (esa sensación amarga donde las haya) siempre da miedo.
Dicen que lo mejor es volver rápido a donde se pasó mal, o de lo contrario nunca te atreverás a hacerlo. Y eso es dolorosamente cierto.
A veces uno vuelve sin darse cuenta y es algo maravilloso, porque aquel lugar al que vuelve lo había olvidado y se lo encuentra de nuevo y el pasado le asalta sin pudor y es como remontarse miles de años en nuestra historia genética hasta ese milagroso momento en que aún no habíamos desarrollado nuestro córtex y el sistema límbico regía sin trabas y no teníamos conciencia del yo y éramos uno con el universo.
Los que estamos infectados por el germen de la nostalgia tenemos una relación de amor-odio con el verbo volver, que para nosotros siempre es reflexivo, aunque no lo sea, porque lo vivimos siempre hacia nosotros mismos.
Los que estamos infectados por esta enfermedad que, como todos los que la padecen saben, es congénita, crónica y degenerativa, vivimos más y más intensamente, aunque con más dolor.
Yo hoy vuelvo, vuelvo a vosotros, a todos aquellos que me lo habéis pedido y que me hacéis el maravilloso honor de leerme.
Y os doy las gracias por estar ahí.