¿Recordáis
esto? Pues es hora de aplicar mi propia filosofía, allá vamos...
Érase que se era un reino maravilloso y mágico (tan mágico que hasta los buses iban por el aire) donde gobernaba despóticamente la cruel Reina de Hielo. Este reino tenía todo lo que un reino que se precie debe tener: tenía un Papa, Su Santidad, grande y gordo como todo Papa, tenía obispos y cardenales, tenía preciosas damas, una dama rubia y esbelta, bellísima, con profundos ojos verdes, que jamás se vestía de Mínimo Duty, y otra hermosa dama venida de tierras mozárabes que era conocida por su sensatez y sabiduría. Tenía también un par de hadas, de carita pícara y risueña, el hada Katie y el hada Lole, que tenía unas graciosas pecas sobre su respingona nariz. Tenía un sacristán muy devoto que gustaba de comulgar con frecuencia y tenía muchos jóvenes y apuestos caballeros, uno que vigilaba el faro, otro que vivía en los valles, otro que era un experto curtidor, dos cavaglieres italianos y hasta un fidalgo portugués. También tenía un bufón, el bufón Felipe, que divertía siempre a todos con sus bromas y su buen humor. Pero, como ya he dicho, tenía de todo, y en ese todo estaban incluidas también dos malvadas brujas, Alcahueta y Meretriz. Alcahueta era una bruja culta e inteligente, con exquisitos modales y bien posicionada en el reino. No era ése el caso de Meretriz, la cual era medio analfabeta y de cortas entendederas pero con un gran dominio de las innobles artes de la lisonja y la calumnia. Contaba la leyenda que Meretriz había sido otrora una hermosa mujer hasta que una bruja rival la había convertido en sapo. Meretriz encontró a un príncipe dispuesto a besarla para revertir el encantamiento, pero dicho príncipe no había sabido hacerlo bien y, por consiguiente, al volver a su estado humano Meretriz había conservado los ojos de sapo y un extraño andar renqueante. Sin embargo Meretriz retenía la imagen mental de sí misma anterior al embrujo y se comportaba como si fuera una hermosa doncella en lugar de un ser semibatrácido, lo que provocaba la mofa y la chanza entre cuantos la escuchaban. Meretriz suspiraba por un caballero de hercúleos pectorales que, lógicamente, no correspondía sus sentimientos. Este amor no correspondido unido a la enfermiza envidia que la consumía la rendían aun más maliciosa. Un buen día llegó a este reino maravilloso una princesita procedente de Eslavonia y fue, en general, bien acogida en el lugar. La princesita eslavonesa era alegre y gustaba de contar chascarrillos e historias, puesto que había heredado de sus antepasados el noble oficio de la juglaría. Pronto trabó amistad con los caballeros y con las hermosas damas y las risueñas hadas, pero inevitablemente, despertó el odio y la inquina de la envidiosa Meretriz. Ésta, sin embargo, cuyo patrón era San Judas, se hizo pasar por su amiga, mientras a sus espaldas esparcía difamantes rumores y emponzoñaba en su contra a Alcahueta, quien, a pesar de no conocerla, llegó a odiarla a su vez. Gracias a sus sucias estrategias al fin Meretriz consiguió su objetivo: la pobre princesita eslavonesa fue desterrada para siempre del maravilloso reino... El día de su partida era de ver cómo lloraban todos los caballeros y las damas que durante largos meses se habían encariñado con ella. Todos la despedían con besos y abrazos y le entregaron como regalo a la vaca Dominguita para que cuidase de ella. Alcahueta y Meretriz, no contentas con haber condenado a la princesita al ostracismo, rugían de rabia al contemplar las muestras de cariño que todos le profesaban. Tal era la rabia que Alcahueta se transformó mostrando por primera vez su verdadera naturaleza. Se convirtió en una hidra con siete cabezas y atacó a la princesita lanzando bocanadas de fuego y sapos y culebras por las fauces. La pobre princesita temblaba de miedo y creía que perecería bajo la furia del fantástico animal cuando, de repente, apareció montando un blanco corcel el príncipe Sirioga y la rescató. Se miraron un instante y los ojos color esmeralda del príncipe derritieron el corazón de la princesa para siempre jamás.
Este cuento no ha terminado todavía, la princesita ya no vive en el reino y, de momento, la bruja Meretriz se ha salido con la suya. Pero me dice la experiencia que los que, como Meretriz, utilizan dardos emponzoñados para conseguir sus objetivos, acaban pereciendo víctimas de uno de esos dardos, que se le da la vuelta.
Meretriz, déjame sólo recordarte una cosa: Tú también te vas a morir.