jueves, 13 de octubre de 2011

Escribir

Escribir es transgredir, es experimentar, es liberarse. Escribir es sangrar, vomitar, vaciar la vejiga. Es respirar, es ahogarse, es morir y es resucitar. Escribir es vivir. No puedo concebir vivir sin escribir.
"Detrás de una mentira comprensible se esconde una verdad incomprensible". Regreso de manera recurrente a este pensamiento de Kundera. Esta frase, este pensamiento, es la base de la obra de Sabina, uno de los personajes de "La insoportable levedad del ser". Sabina es inquietantemente parecida a mí, o yo a ella, por eso me gusta y me disgusta a la vez. Ella es pintora, un día, por accidente (todas las cosas importantes ocurren por accidente), se le derrama un bote de pintura sobre un cuadro. Ella, lejos de disgustarse, empieza a jugar con la mancha y a transformarla. El resultado es una grieta que rompe la escena frontal y a través de la que se atisba la verdad. Empieza así una serie de cuadros en los que gira en torno de esa idea: la estampa idílica tras la que se esconde la verdad, raramente pura y nunca simple, como bien dijo Oscar Wilde.
Para mí escribir también es eso: buscar el pequeño roto en el lienzo. La fisura a la cual aplicar el ojo y escudriñar lo que hay al otro lado. Mis historias surgen de detalles sin importancia, un comentario banal, una nariz respingona, un palmetazo en la frente de alguien que acaba de recordar algo que olvidó. Así empiezo a jugar con las fisuras y me dejo llevar, experimento, husmeo con curiosidad malsana para ver a dónde llega todo aquello.
Eso es para mí escribir, y no puedo vivir sin ello. Quien me ame amará lo que yo escribo. Porque es parte de mí, es como el hijo que hice echando un polvo y parí con dolor. Y quien no pueda entenderlo quizá no deba formar parte de mi vida.