Hoy me apetece escribirte esta carta. Muchos la encontrarán cursi o sensiblera, a otros seguramente les ofenderá. Pero yo necesito escribirla.
Te quiero mucho hijo mío. Me das malos momentos y me dificultas muchas cosas, pero es una maravilla tenerte. Eres un cachondo mental, me río mucho contigo. Tus besos me bastan, me sobran, me desbordan. No necesito a nadie más.
Nadie va a negarme tu corazón, nadie va a decirme que no existía, que no importaba. Un corazón de cinco semanas que ya latía, que sigue latiendo y no se detendrá hasta el día de tu muerte.
No se ha detenido, no ha sido cambiado por otro. Si yo hubiera decidido detener ese corazón cuando sólo tenía cinco semanas (algo perfectamente legal y aceptado por nuestra sociedad) hubiese sido igual que si lo detuviese ahora, pero si lo hiciese ahora me encarcelarían y todos me verían como un monstruo. Pero yo no entiendo la diferencia: es el mismo corazón, con el mismo genoma en cada una de sus células. Un genoma resultante de la unión de un espermatozoide de papá con un óvulo de mamá, pero no de cualquier espermatozoide ni cualquier óvulo, sólo aquéllos. Mamá y papá podrían volver a hacer el amor millones de veces más (cosa, por otra parte, imposible, pero ésa es otra historia), tener veinte hijos más y ninguno de ellos serías tú. Ese genoma ya nunca se produciría.
Ese corazón, tú corazón, es único e irrepetible. Y lo era ya cuando sólo tenía cinco semanas.
¿Cuándo se ha convertido el aborto en una medida higiénica similar a un corte de pelo?
¿Por qué tantas y tantas buenas personas, personas con nobles sentimientos, que sienten dolor ante el sufrimiento ajeno, lo consideran una "solución" aceptable? El hecho mismo de considerarlo una "solución" es ya curioso, pues denota que identifican la venida al mundo de una nueva persona como un problema.
En el momento en el que consideramos aceptable asesinar a una persona de cinco semanas se acorta la distancia que nos separa de considerar aceptable la eliminación egoísta de cualquier persona.
Deshagámonos de todo lo que nos estorbe. De todo lo que nos impida seguir con esta orgía de consumismo y superficialidad que llevamos años celebrando en Occidente. Que queden sólo los adultos jóvenes, más aún, sólo los hermosos. Cuerpos perfectos, sanos y dorados que copulen sin fin, sin sentimiento, sin consecuencias, sin cesar.
Cariño mío, tú sabes bien que tu mamá es atea. Atea y roja. Es más, tu mamá no soporta las religiones, no cree en la culpa ni en el castigo.
Pero nadie puede negarme tu corazón. Nadie puede decirme que no existía, que no importaba.