Una de las cosas que soy, muy a pesar, es católica. Aunque no comulgue con ellos, aunque sea atea. Soy católica. No creo en Dios, pero no puedo evitar santiguarme cuando entro en una iglesia, ni hacer la genuflexión si paso por delante del altar, ni decir el consabido "si Dios quiere" cuando formulo un plan de futuro. Somos lo que somos, aunque nos disguste. Soy española, aunque muchas de las cosas de España me repelan. Soy totalmente antitaurina, por ejemplo, pero no puedo evitar que mi fraseología personal esté plagada de tauromaquia.
Como católica atea que soy conozco de memoria las oraciones, los ritos, los protocolos. Sé cuáles son los pecados, cuándo se debe confesar, comulgar y comer pescado en vez de carne. Sé que cuando va uno a confesarse hay que decir "Ave María Purísima" y el sacerdote te contesta "sin pecado concebida". No acepto la autoridad ni de curas ni de monjas y, sin embargo, no puedo evitar llamar "padre" a unos y "hermana" a las otras.
Han sido muchos años. Más que eso. Han sido los años de mi formación. Y eso deja una huella indeleble. Es mi cultura. Soy yo.
Me gusta mucho Cristo, y me gustan los Evangelios, y me gustan sus enseñanzas. Pero de eso ya hablaré otro día...
Hoy quiero hablar de una de las dinámicas que más me gustan de la religión católica, una de las dinámicas que deberíamos aplicar a la vida común, por muy atea que sea esa vida. Me refiero al acto de contrición. ¿Lo conocéis? ¿Lo recordáis? Os refresco la memoria:
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Como católica atea que soy conozco de memoria las oraciones, los ritos, los protocolos. Sé cuáles son los pecados, cuándo se debe confesar, comulgar y comer pescado en vez de carne. Sé que cuando va uno a confesarse hay que decir "Ave María Purísima" y el sacerdote te contesta "sin pecado concebida". No acepto la autoridad ni de curas ni de monjas y, sin embargo, no puedo evitar llamar "padre" a unos y "hermana" a las otras.
Han sido muchos años. Más que eso. Han sido los años de mi formación. Y eso deja una huella indeleble. Es mi cultura. Soy yo.
Me gusta mucho Cristo, y me gustan los Evangelios, y me gustan sus enseñanzas. Pero de eso ya hablaré otro día...
Hoy quiero hablar de una de las dinámicas que más me gustan de la religión católica, una de las dinámicas que deberíamos aplicar a la vida común, por muy atea que sea esa vida. Me refiero al acto de contrición. ¿Lo conocéis? ¿Lo recordáis? Os refresco la memoria:
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
(Golpeándose el pecho)
- Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
- Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
De aquí viene esa famosa expresión de "darse golpes en el pecho" que usamos para referirnos a personas falsas. Y es que el arrepentimiento, al igual que el perdón, es un acto involuntario, íntimo, que no se controla. Podemos decir que nos arrepentimos, pedir disculpas públicas y darnos grandes golpes en el pecho pero eso no significa que nos arrepintamos de verdad. Podemos decir "te perdono", "no pasa nada" y seguir sintiendo rencor en nuestro interior.
Ambos sentimientos, perdón y arrepentimiento, llegan por sorpresa, sin esperarlos. Un buen día uno se dice a sí mismo "fue mi culpa", y eso, la simple aceptación del error, es una liberación tan grande que ya todo se ve de otra manera.
Hay dos formas de encarar las dificultades: la pasiva y la activa. Yo antes era pasiva, la desgraciada víctima del destino cruel. Ahora he comprendido que la única forma de caminar hacia un lugar mejor es reconocer la propia culpa.
Que cada uno cargue con sus culpas, que cada uno enmiende sus errores y se responsabilice de sus actos. Yo ya no pienso en lo que los demás me hicieron a mí. Es más productivo pensar en lo que yo hice, pues sólo sobre eso tengo control para corregirlo. No se trata de asumir que uno tiene la culpa de todo, ya que no es así, sino de centrarse en aquellas cosas que fallaron por mi causa, para no volver a fallar.
Es increíblemente liberador asumir las propias culpas, uno no lo sabe hasta que lo hace. Incluso cuando son otras personas las que te dañan a ti, te sientes mejor. Cuando sabes admitir tus propias culpas automáticamente sabes cómo no sentirte mal por el dolor que te causan los demás. El pensamiento salta solo "Yo soy responsable de lo mío, que él realice su propio acto de contrición cuando esté preparado para ello, y si no lo está nunca peor para él, pues será siempre esclavo de su estúpido victimismo, un títere de su cruel destino"
Es más, me he fijado en que las personas que más daño hacen a los demás (ya sea de pensamiento, palabra, obra u omisión) son las que más se lamentan de lo injusta que es la vida con ellas. Esos que te dicen cosas como "yo de bueno soy tonto" o "cuando quieres a alguien te hace daño", sólo están buscando justificaciones para perseverar en su conducta errónea y eludir su responsabilidad.
A pesar de los golpazos que me he llevado y me llevo yo no me apeo del burro, quiero seguir amando, confiando, dando lo mejor de mí.
Creo que la cosa debería ser así: Haz las cosas bien, si no las haces asume tus culpas y si no las hacen contigo no juzgues ni reproches...
Que cada uno se golpee su propio pecho.
Ambos sentimientos, perdón y arrepentimiento, llegan por sorpresa, sin esperarlos. Un buen día uno se dice a sí mismo "fue mi culpa", y eso, la simple aceptación del error, es una liberación tan grande que ya todo se ve de otra manera.
Hay dos formas de encarar las dificultades: la pasiva y la activa. Yo antes era pasiva, la desgraciada víctima del destino cruel. Ahora he comprendido que la única forma de caminar hacia un lugar mejor es reconocer la propia culpa.
Que cada uno cargue con sus culpas, que cada uno enmiende sus errores y se responsabilice de sus actos. Yo ya no pienso en lo que los demás me hicieron a mí. Es más productivo pensar en lo que yo hice, pues sólo sobre eso tengo control para corregirlo. No se trata de asumir que uno tiene la culpa de todo, ya que no es así, sino de centrarse en aquellas cosas que fallaron por mi causa, para no volver a fallar.
Es increíblemente liberador asumir las propias culpas, uno no lo sabe hasta que lo hace. Incluso cuando son otras personas las que te dañan a ti, te sientes mejor. Cuando sabes admitir tus propias culpas automáticamente sabes cómo no sentirte mal por el dolor que te causan los demás. El pensamiento salta solo "Yo soy responsable de lo mío, que él realice su propio acto de contrición cuando esté preparado para ello, y si no lo está nunca peor para él, pues será siempre esclavo de su estúpido victimismo, un títere de su cruel destino"
Es más, me he fijado en que las personas que más daño hacen a los demás (ya sea de pensamiento, palabra, obra u omisión) son las que más se lamentan de lo injusta que es la vida con ellas. Esos que te dicen cosas como "yo de bueno soy tonto" o "cuando quieres a alguien te hace daño", sólo están buscando justificaciones para perseverar en su conducta errónea y eludir su responsabilidad.
A pesar de los golpazos que me he llevado y me llevo yo no me apeo del burro, quiero seguir amando, confiando, dando lo mejor de mí.
Creo que la cosa debería ser así: Haz las cosas bien, si no las haces asume tus culpas y si no las hacen contigo no juzgues ni reproches...
Que cada uno se golpee su propio pecho.