jueves, 29 de octubre de 2009

Acto de contrición


Una de las cosas que soy, muy a pesar, es católica. Aunque no comulgue con ellos, aunque sea atea. Soy católica. No creo en Dios, pero no puedo evitar santiguarme cuando entro en una iglesia, ni hacer la genuflexión si paso por delante del altar, ni decir el consabido "si Dios quiere" cuando formulo un plan de futuro. Somos lo que somos, aunque nos disguste. Soy española, aunque muchas de las cosas de España me repelan. Soy totalmente antitaurina, por ejemplo, pero no puedo evitar que mi fraseología personal esté plagada de tauromaquia.
Como católica atea que soy conozco de memoria las oraciones, los ritos, los protocolos. Sé cuáles son los pecados, cuándo se debe confesar, comulgar y comer pescado en vez de carne. Sé que cuando va uno a confesarse hay que decir "Ave María Purísima" y el sacerdote te contesta "sin pecado concebida". No acepto la autoridad ni de curas ni de monjas y, sin embargo, no puedo evitar llamar "padre" a unos y "hermana" a las otras.
Han sido muchos años. Más que eso. Han sido los años de mi formación. Y eso deja una huella indeleble. Es mi cultura. Soy yo.
Me gusta mucho Cristo, y me gustan los Evangelios, y me gustan sus enseñanzas. Pero de eso ya hablaré otro día...



Hoy quiero hablar de una de las dinámicas que más me gustan de la religión católica, una de las dinámicas que deberíamos aplicar a la vida común, por muy atea que sea esa vida. Me refiero al acto de contrición. ¿Lo conocéis? ¿Lo recordáis? Os refresco la memoria:

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.

(Golpeándose el pecho)

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
De aquí viene esa famosa expresión de "darse golpes en el pecho" que usamos para referirnos a personas falsas. Y es que el arrepentimiento, al igual que el perdón, es un acto involuntario, íntimo, que no se controla. Podemos decir que nos arrepentimos, pedir disculpas públicas y darnos grandes golpes en el pecho pero eso no significa que nos arrepintamos de verdad. Podemos decir "te perdono", "no pasa nada" y seguir sintiendo rencor en nuestro interior.
Ambos sentimientos, perdón y arrepentimiento, llegan por sorpresa, sin esperarlos. Un buen día uno se dice a sí mismo "fue mi culpa", y eso, la simple aceptación del error, es una liberación tan grande que ya todo se ve de otra manera.
Hay dos formas de encarar las dificultades: la pasiva y la activa. Yo antes era pasiva, la desgraciada víctima del destino cruel. Ahora he comprendido que la única forma de caminar hacia un lugar mejor es reconocer la propia culpa.
Que cada uno cargue con sus culpas, que cada uno enmiende sus errores y se responsabilice de sus actos. Yo ya no pienso en lo que los demás me hicieron a mí. Es más productivo pensar en lo que yo hice, pues sólo sobre eso tengo control para corregirlo. No se trata de asumir que uno tiene la culpa de todo, ya que no es así, sino de centrarse en aquellas cosas que fallaron por mi causa, para no volver a fallar.
Es increíblemente liberador asumir las propias culpas, uno no lo sabe hasta que lo hace. Incluso cuando son otras personas las que te dañan a ti, te sientes mejor. Cuando sabes admitir tus propias culpas automáticamente sabes cómo no sentirte mal por el dolor que te causan los demás. El pensamiento salta solo "Yo soy responsable de lo mío, que él realice su propio acto de contrición cuando esté preparado para ello, y si no lo está nunca peor para él, pues será siempre esclavo de su estúpido victimismo, un títere de su cruel destino"
Es más, me he fijado en que las personas que más daño hacen a los demás (ya sea de pensamiento, palabra, obra u omisión) son las que más se lamentan de lo injusta que es la vida con ellas. Esos que te dicen cosas como "yo de bueno soy tonto" o "cuando quieres a alguien te hace daño", sólo están buscando justificaciones para perseverar en su conducta errónea y eludir su responsabilidad.
A pesar de los golpazos que me he llevado y me llevo yo no me apeo del burro, quiero seguir amando, confiando, dando lo mejor de mí.
Creo que la cosa debería ser así: Haz las cosas bien, si no las haces asume tus culpas y si no las hacen contigo no juzgues ni reproches...
Que cada uno se golpee su propio pecho.





jueves, 22 de octubre de 2009

Siempre la misma, tío Pajarito



No sé por qué últimamente me ha dado por recordar los dichos materno-abuelísticos. El post anterior fue "Cinco de todo revuelto" y en éste me gustaría explicar la preciosa expresión, muy recurrente en la boca de mi abuela, "Siempre la misma, tío Pajarito".
Mi abuela la usaba mucho, como ya he dicho, y es que es una expresión que cabe en cualquier parte. Una versión popular del eterno retorno y el tiempo circular, aunque más bien diría yo del tiempo en espiral, pero para explicarme necesito contar la anécdota entera.
Mi abuela siempre contaba que a su pueblo, Aranjuez, iba un músico (por llamarlo de alguna manera), el tío Pajarito, que siempre tocaba la misma canción, mayormente porque no se sabía otra. Cuando los lugareños le recriminaban "Siempre la misma, tío Pajarito", él se defendía "Esta vez un poquito más cargada de bombo".
Ahí lo tienen: el tiempo es una espiral. Ya lo sabían las humildes gentes de principios del siglo XX, y, por supuesto, ya lo sabía el tío Pajarito. Las cosas son básicamente iguales, sólo que a veces van un poquito más cargadas de bombo.
Nunca he sabido si esta anécdota era real o era un chascarrillo inventado por mi abuela, pero el caso es que si un extraterrestre preguntara en qué consiste la vida humana, muy bien podría explicársele con esta historia.
Los humanos nos hemos empeñado en ver el tiempo como una línea recta, cuando es evidente que no es así. Los perros saben bien que el tiempo es una espiral, por eso aman las rutinas y se ponen nerviosos si se las cambian. Son fieles a sus amigos y les divierten siempre las mismas bromas. El humano, por el contrario, odia la rutina, es un adicto a la novedad... y así le luce el pelo.
Pero claro, no se le puede pedir al humano que tenga la clarividencia perruna, siendo como es público y notorio que el perro es, con mucho, superior al hombre. Y el que no esté de acuerdo no tiene más que ver quién vive de quién.
El caso es que todo vuelve, aunque no vuelve exactamente al mismo punto.
Pero vamos, no sé para qué doy tantas vueltas, si esto ya lo explicó claro como la luz del día una maravillosa mujer a la que yo idolatro y cuya palabra, para mí, es ley.
No estoy hablando de mi abuela, aunque muy bien podría haberlo sido, puesto que es la abuela simbólica (o debería serlo) de todo aquél que tenga dos dedos de frente. No es otra, por supuesto, que la magistral Blasa.


sábado, 10 de octubre de 2009

Cinco de todo revuelto



Eso es lo que nos decía mi madre cuando le preguntábamos ¿Qué hay de comer?, y lo que ella pretendía darnos no era un plato único, como estofado o lentejas, sino cosas que le habían ido sobrando y que aprovechaba para endosarnos de una vez. Así nos presentaba ante los ojos y los dientes un plato con cosas como un huevo frito, una salchicha, tres pimientos, dos croquetas y medio filete. Un día le pregunté a mi queridísima por el origen de aquella expresión y me dijo que era lo que le pedían al de la tienda de chuches cuando eran pequeños y no se querían decidir por un único caramelo, cinco céntimos de todo revuelto. Entonces, cómo no, me vino la reflexión.
Cuántas veces en la vida optamos por eso, por cinco de todo revuelto en lugar de concentrarnos en un único objetivo. Tengo la impresión de que las personas que triunfan en la vida (según la concepción moderna de triunfar, claro, que para mí triunfar es otra cosa) son las que se ponen las orejeras de burro y no ven más que lo que quieren ver. Esas personas nunca piden cinco de todo revuelto en la tienda de chuches.
Hoy, para celebrar la reinauguración de mi blog, quiero escribir un cinco de todo revuelto. Un post sin tema y con todos los temas.
En mi última entrada os pedí que me sugirierais palabras, si he de ser sincera ninguna me inspiró. Pero voy a usarlas todas.

Bebé: el olor más maravilloso del mundo es el que desprende la coronilla de un bebé, tener un bebé en brazos es una sensación orgásmica. En un bebé todo es energía potencial. Por eso los adoro.

Albahaca: yo nunca digo albahaca, aunque como palabra árabe que es me encanta, siempre digo basilico, en italiano. Vaya usted a saber por qué. Hoy he soñado que viajaba a Venecia para reconquistar al mio marito, eso nunca sucederá. Fui imbécil y eso ya no tiene solución.

Churro: no me gustan los churros, perdone usted, yo soy de porras. Se puede saber mucho de una persona a través de estos detalles supuestamente inocuos. A mí la gente que prefiere los churros me da como grimilla.

Sardónico: cuando oigo esta palabra no puedo evitar asociarla a la risa. Una risa sardónica, qué habría sido de la mala literatura sin esta combinación léxica.

Durazno: lo siento pero para mí no existen los duraznos, existen los melocotones. Y ni siquiera. Cuando Prognato era Prognatito aprendió a decir melón, y cuando intentamos enseñarle a decir melocotón él dijo melón toncón. Desde entonces en mi casa no se comen melocotones sino melontoncones.

Leitmotiv: esta palabra no encaja en este post, por lógica pura. Quien tenga un leitmotiv nunca podrá entender el concepto del cinco de todo revuelto.

Resiliencia: esto es lo que un gitano diría "a las penas, puñalás"

Estólido: Aznar.

Clamar: lo siento, cuando oigo esta palabra sólo puedo recordar aquella poesía que recitaba un argentino mientras hacía una performance (¿o es un performance?) "Dios las puso en el fin de la Tierra, son las islas Malvinas que claman venganza y al pueblo argentino"

Ferocidad: esta palabra me parece entrañable, siempre me hace recordar a la Golfita de cachorra intentando matar a aquel peluche.

Joder.... qué mierda: es aplicable a taaaaaaaantas cosas.....

Mastur-Bar: hay que masturbarse más, pero no el cerebro, ¿vale?

Mausoleo: Yo estaba nerviosa, emocionada, mientras la fila avanzaba, la luz era tenue como corresponde a tan solemne lugar. De repente, antes de lo esperado, apareció ante mí. Parecía que estaba dormido. Era él. Se me escapó una lágrima. Menos mal que estás muerto, pensé, y no puedes ver lo que han hecho con tus ideas. Podría tratarse de Cristo, pero era Lenin.

He vuelto, y con ganas renovadas. Gracias por leerme, gracias por esperarme.