jueves, 5 de mayo de 2016

Cádaveres



No sé si alguien más se habrá dado cuenta de que la ciudad está llena de cadáveres. Están por todas partes, sus asesinos los tiran o los dejan caer con desidia en cualquier sitio: desde las ventanas, en los parques, en las paradas de autobús, a la entrada del metro… yo los he visto, incluso, en las puertas de los hospitales y entre los columpios de los niños.
Muchas veces son desechados aún moribundos y la gente asiste impasible al horrible espectáculo de verlos agonizar durante minutos, enrareciendo el ambiente con su aliento fétido y tóxico. Cuando los veo yo, movida por el asco y la piedad, acabo con su sufrimiento rematándolos con la punta del zapato.
Es grotesco contemplar cómo se ha normalizado esta dantesca y antihigiénica situación. Nadie parece verlo, y, aun en el caso de verlo, nadie parece reprobarlo.
Siguen siendo asesinados y abandonados donde sea por personas que, en muchos casos, son buenas personas, ciudadanos honestos, gente cívica que nunca tiraría un papel al suelo o haría nada que pudiera perjudicar a su prójimo. Excepto con ellos. Con ellos, con los cadáveres, nadie tiene el menor atisbo de compasión, pudor, o pulcritud.
Los matan y los tiran. Ni siquiera consideran estar haciendo nada malo.
Los servicios de limpieza los retiran con regularidad, pero siempre hay. Los asesinos son tantos y actúan con tanta frecuencia, que el ayuntamiento no da abasto.
Sólo una cosa me hace sonreír con maliciosa satisfacción para mis adentros: la certeza de que los cadáveres inoculan un veneno en su asesino antes de morir.
Al menos les queda el consuelo de morir matando. Matando lentamente, sí.
Pero matando.

1 comentario:

Logaritmicgirlinpink dijo...

Magnífico. Los aborrezco. Y me alegro también sabiendo que mueren matando...
Bienvenue.