viernes, 24 de abril de 2009

Saber perder

Somos educados para ganar. Lo llevamos en los genes, diría yo. A pesar de la famosa frase que nos dicen desde pequeños, "lo importante es participar", la consigna tácita y constante es "gana, como sea, pero gana".
Esta vida no está hecha para segundones, para finalistas, para nominados, para interinos... hay que ganar. Y si uno llega a uno de estos estadios (segundón, finalista, nominado, interino) debe considerarlo transitorio: "A la próxima..." (me saco plaza, gano el primer premio, me dan el Oscar, soy el mejor)
Esta vida no está hecha para perdedores. De modo que, si lo eres, más te vale que nadie se dé cuenta. No es tan importante ser un ganador como parecerlo.
Nos repiten siempre lo mismo: "Gana, sé el mejor, haz que te elijan a ti, que te envidien, que te admiren". En los cuentos sólo hay héroes y villanos (o sea, el jefe de los buenos y el jefe de los malos). La niña más guapa encuentra marido rico. El niño más listo se casa con la guapa. Hasta las guerras, en clase de Historia, nos las contaron así. Unos ganaban y otros perdían, como si en las guerras no perdiese todo el mundo (excepto los que las provocan para ganar dinero, y ésos ya han perdido por ser como son).
La pedagogía moderna fomenta la competitividad, se escriben montañas de libros de auto ayuda que muestran el camino hacia el éxito (ya sea en los negocios, en la sociedad o en el amor). El caso es ganar.
Sin embargo yo creo que es mucho más importante saber perder. Si hay un camino seguro hacia el desastre, sin duda pasa por no saber perder.
Todos perdemos en algún momento de nuestras vidas. Saber reconocer que hemos perdido y aceptarlo sin resistirse es la mayor de las sabidurías.
Veamos un ejemplo práctico (ya se sabe que me encantan los ejemplos prácticos):

Obdulio Sánchez (los nombres de los protagonistas han sido cambiados para preservar su intimidad) estaba un día tomándose una caña tranquilamente. Pagó con un billete de cinco euros y le devolvieron tres euros y cincuenta céntimos. Vio la máquina tragaperras y decidió echar las monedas del cambio. No ganó nada. Se picó un poco y cambió un billete de diez euros que llevaba en el bolsillo. Echó todas las monedas en la tragaperras. No ganó nada. Cambió un billete de veinte euros y echó todas las monedas en la tragaperras. No ganó nada. Entonces Obdulio Sánchez se dijo a sí mismo: "Soy un toneti, me he picado de la manera más tonta y he perdido treinta y tres euros en la tragaperras. Pero bueno, qué se le va a hacer... no le voy a dar más vueltas" y se marchó a su casa. Obdulio Sánchez había perdido treinta y tres euros.
Gerbasio Martín Martín (de los Martín Martín de toda la vida) estaba un día tomándose una caña tranquilamente. Pagó con un billete de cinco euros y le devolvieron tres euros y cincuenta céntimos. Vio la máquina tragaperras y decidió echar las monedas del cambio. No ganó nada. Se picó un poco y cambió un billete de diez euros que llevaba en el bolsillo. Echó todas las monedas en la tragaperras. No ganó nada. Cambió un billete de veinte euros y echó todas las monedas en la tragaperras. No ganó nada. Entonces Gerbasio Martín Martín se dijo a sí mismo: "Soy un toneti, me he picado de la manera más tonta y he perdido treinta y tres euros en la tragaperras. Pero bueno, no está todo perdido, si insisto antes o después saldrá el premio y ganaré" y siguió echando dinero a la máquina hasta que le salió el premio. Había ganado cincuenta euros.... después de haber echado doscientos.

Lo dicho: El que no sabe perder a tiempo pierde el doble.

1 comentario:

Rosalía dijo...

Hola:
Pues yo siempre he tenido predilección por los de la medalla de plata y de bronce!!! Por qué tanta tontería con ganar!!! Lo que se debería reconocer es el esfuerzo. Yo creo que picamos demasiadas veces con eso y al final lo que importa es sentirse contento contigo mismo independientemente del puesto. Pero sí, siempre se mirará más al ganador...