viernes, 16 de enero de 2009

Parole parole

Una figura con la que toda mujer debe convivir desde que menstrua por primera vez (en el mejor de los casos, que hay mucho pederasta por ahí) es la del comeorejas.

Ya nos lo decía Mina, con esa genial voz y esa cara suya de no creerse nada más...

Es una figura que se llega a convertir en entrañable, como parte del ecosistema que es.
¿Qué sería de una noche de marcha sin la aparición de al menos un comeorejas?
Admitámoslo amigas: por mucho que nos quejemos de ellos, en el fondo los necesitamos. El día que los comeorejas desaparecen de nuestra vida es el principio del fin... al menos como hembra fornicable.

Entre los hombres es también conocido, y muchas veces admirado, porque nunca le falta qué llevarse a la boca. Por burdo que sea su discurso siempre hay alguna tímida y confiada gacelilla que sucumbe a su hipnótica perorata. Es así, por increíble que resulte.

Desde los tiempos más remotos las abuelas y las madres advierten a las mozas casaderas de los peligros de este gorgonoxius, pero es en vano. Al menos una vez en la vida todas caemos en las fauces de algún comeorejas, resistirse es inútil. A veces cobran la presa por astucia y otras por pura pesadez. La fémina acosada y agobiada decide entregarse para no tener que soportar más semejante tortura auditiva, sobre todo si está en un local de asueto y ha realizado una ingesta de alcohol superior a la recomendable.

Hay veces, y no son pocas, en que la frontera entre cazador y presa no está tan clara, pues, mientras el comeorejas cree estar mermando la resistencia de la incauta con sus dotes oratorias, la incauta en cuestión está fingiendo creerse sus filfas porque tiene la intención de calzárselo desde el principio.

Otras veces se escucha al comeorejas, a sabiendas de que lo es, por pura diversión (yo soy proclive a hacerlo), se le sigue incluso la corriente por la curiosidad de ver hasta dónde es capaz de llegar en su desfachatez. Luego se le comenta la jugada a las amigas con regocijo usando expresiones del tipo: "Fijáos si tiene morro el tío que...." Pero ¡cuidado! he de advertir, y lo sé por amarga y dolorosa experiencia, que este juego es muy peligroso: una cree tenerlo controlado y se descubre una mañana en una cama revuelta y con el interfecto durmiendo plácidamente a su lado.

Como en todo, en el comeorejismo también hay niveles. Está el burdo, que ha heredado el oficio de sus ancestros, y si triunfa alguna vez es por pura testarudez o manifiesta oligofrenia de su adversaria.
Está el semi profesional, que se las apaña más o menos bien y va tirando.
Y, cómo no, está el absoluto maestro, que lo es, no porque no se le note, sino porque, notándosele y todo, le dejamos hacer... y acabamos diciéndole eso de "Hazme todo el lío anda, que tienes una labia..."


3 comentarios:

Simón dijo...

Hay otros que conquistan con la mirada y siempre son preferibles, porque al fin y al cabo es verdad que la cara es el espejo del alma, mientras que la labia suele ser escaparate de la falsedad.

Anónimo dijo...

Yo tambien creo que la cara es el espejo del alma. Pero eso de la labia... la labia es lo que le da chicha a todo. Yo me aburriria si una chica se me acercara y solo me dijera "vamos a follar", pchee... curratelo un poco mas mujeeer.

Pero si. Los "comeorejas" son maaaaaloooooos uuuuuuh. Pero hay que saber mirar la cara para saber si es una ovejita, un lobo o un lobo vestido de ovejita (aunque mas de una solo quieren lobos en sus vidas... aunque se arrepientan despues... uuuuna y otra vez...)

En fin, saludetes!

cojoiden dijo...

ay maik, yo prefiero a las ovejitas vestidas de lobo (como soy yo)