jueves, 5 de febrero de 2009

Queda la música...



Ya lo dijo Aute: todo puede desaparecer pero siempre queda la música.
Cuando me preguntan qué música me gusta suelo contestar que no me gusta. Una mentira como una catedral, por supuesto. Pero es que odio hablar de mis gustos musicales porque para mí escuchar música es una de las cosas más íntimas e imposibles de compartir que tenemos. Lo que yo sienta escuchando una determinada canción no lo sentirás tú y viceversa. Ya he dicho en alguna ocasión que no soy una mujer de pudores convencionales, qué le vamos a hacer...

Queda la música, el tiempo pasa, el cuerpo se transforma, las circunstancias cambian, los rostros se confunden, la memoria nos traiciona y los sentimientos se distorsionan, pero queda la música. Siempre. Y es la única que nos transporta a ese instante de nuestra vida que, de otro modo, quedaría perdido para siempre.

No soporto que me pregunten qué música me gusta porque es como si me preguntaran a cuál de mis amores he querido más, qué caricias me han estremecido con más fuerzas, qué ha escocido más en mi vida, a qué sueño me aferré con más esperanza y cuál dolió más ver desvanecerse.

No soporto hablar de la música porque de la música no se habla, porque la música se siente, se deja que le arañe a uno la médula espinal, se saborea, se guarda para siempre en el corazón (en el itunes mental, como dicen los chanantes). Y, lo diré alto y claro, me recontrapatea el hígado la gente que te impone su música, la gente que la clasifica, la cataloga y la etiqueta, la gente que la prostituye escuchándola constantemente mientras hace otras cosas, como si la música sólo fuese un elemento decorativo...

Para mí, escuchar música es una actividad en sí misma, y si lo hago no hago nada más. Como mucho, caminar.

Todos tenemos nuestra propia banda sonora y, al igual que determinadas canciones nos devuelven ciertas escenas de la película a cuya banda sonora pertenecen, así ciertas canciones nos devuelven a ciertas escenas de nuestra propia película.

A veces las buscamos para provocarnos esa nostalgia (oh, nostalgia, qué dulce es tu dolor), pero lo mejor, lo más intenso es cuando nos pillan desprevenidos. Eso es un golpe seco en el sistema límbico, eso es el dolor más sublime, más orgásmico de cuantos existen...

Todo se puede ir a la mierda, pero no importa: queda la música.




1 comentario:

Unknown dijo...

Hola te he descubierto a traves de tu comentario en el blog de Punset y me resulta muy interesante esta entrada tuya sobre la música. Estoy totalmente de acuerdo.